domingo, 10 de junio de 2007

Mi niña

Esta, como la mayoría sabéis es Malika, mi gata e hija adoptiva. Debido a las peculiariedades del Palace Senior, en casa nunca hubo ningún animal mayor que una pastilla de jabón y siempre que vivieran en recintos cerrados. Así hubo un canario, varios pececitos (con tendencia a comerse entre si, jodios gupis), una tortuga que acabo en un tablón de corcho del Telegrafía e incluso mi hermano tuvo minimals, un timo de los 80. Pero jamas tuve una relación afectiva con un animal capaz de responder o sentir.
Ahora tengo a esta pequeña tirana (ya no tan pequeña, está gorda como un cerdito) que nos quiere como sólo un animal puede querer a sus dueños y criadores. La comunicación que se entabla con el tiempo con estos animales tiene algo de mágico, de chamanismo, cuando sólo eramos otra especie en el bosque. El goce que produce compartir espacio con una persona animal, por así hablar, es dificilmente concebible para quienes no lo han experimentado nunca. Lo recomiendo.
Además, es más barato que tener hijos y no te putean tanto la vida.